Dramaturgo, novelista, cuentista. Bernardo Carey, vicepresidente de Argentores, anda actualmente por Mar del Plata inspirándose con el mar. Dándole vueltas todo el día a las ideas que se le cruzan ni siquiera sabe para qué. Juega, se "infecta", se obsesiona con esos fantasmas que un día, seguramente, serán una gran obra, como todas las que escribe.
Autor -junto con Betty Gambartes y Diego Vila- de uno de los éxitos en la cartelera porteña: “Manzi, la vida en orsay”, Bernardo Carey es uno de los dramaturgos si no más prolíficos, sí de los más interesantes que dio el Teatro del Pueblo. Desde 1995 es uno de sus directores y desde siempre, uno de los que suele escribir las obras que el Teatro necesita para presentar al público.
Aunque él prefiere que no se las pidan: le gusta que le surjan, ir cocinándolas de a poco, “infectarse” de ellas, soñar, vivir la obra, a veces empaquetarla y guardarla hasta que un día, la elige para que salga a la luz. Ese día que la obra lo llama, en realidad y le dice “aquí estoy”. O por lo menos, así se lo imagina quien lo escucha explicar su proceso de escritura: “Yo estoy dando vueltas ahora sobre un conflicto de clase alta, no sé todavía bien si es en una reunión, si es en una fiesta, si es en un velorio, pero estoy juntando material, ideas, después escribo. Todo el día uno escribe cosas sobre esto, pero no es ni diálogo ni estructura, son ideas, fantasmas, situaciones que pueden aparecer, después las puedo sacar, hasta hacer un borrador enorme y después se trabajan”…
-Parece caótico…
-(se ríe) Es caótico. Es así cuando es una obra mía, cuando sale de mí. Pero Manzi no se trabajó así, fue una propuesta, nos pusimos de acuerdo, habíamos escrito Discepolín y bueno…surgió “¿qué te parece, hacemos Manzi?”. Yo sobre Manzi ya había escrito una obra que se estrenó en los 90 en el Teatro del Pueblo, con Lorenzo Quinteros y Ana María Cores…o sea que tenía ya un material que me daba vueltas en la cabeza, pero Diego Vilas, el músico, aportó estupendamente la letra de las canciones como acción dramática, y más la visión grupal, la estructura que tiene Betty, bueno, aunamos mis apuntes con esto que ya era trabajar sobre una estructura cierta…
-Eso ocurre cuando ya hay una idea…Pero ¿cómo sale una obra de la nada?
-Así, a mí me sale así, no me sale de otra manera, infectándome de imágenes, de situaciones que por ahí después no sirven, pero infectando todo mi cuerpo hasta no dejar de pensar en esa idea.
-Como una obsesión…
-Sí, hasta obsesionarme. De ahí o lo empaqueto y lo tomo a los seis meses (suelo hacer eso, para tomarlo con más distanciamiento) o si estoy muy caliente o si el Teatro del Pueblo me dice “che, en febrero no tenemos nada, prepará algo”, la saco.
-¿Le pasa tener varias cosas empaquetadas y al desempolvarlas, no entenderlas?
-Yo tengo varias empaquetadas. Y sí, las entiendo…parece un método…raro, no?…quizás cuando empecé era más estricto, hoy me cuesta mucho ser estricto.
-¿Con este método también escribe sus novelas?
-Yo había dicho que no iba a escribir más novelas y escribí, mejor dicho, me puse a trabajar así, de esta misma manera, sobre materiales que tenía guardados para una novela, me puse a trabajar pensando convertirlo en una obra de teatro. Y no pude. Me salió una novela, que edité el año pasado. Carlos Ulanovsky me dijo “che, pero esto lo vas a hace teatro!”. Y no, no lo puedo hacer teatro, porque lo hice novela.
-¿Pero usted no ha convertido obras literarias en teatro?
-Sí, de otros sí, mías no. Hice “El Juguete Rabioso” de Roberto Arlt, “Cándido” de Voltaire, hice un Lope de Vega…pero no, mías no.
-¿Y cuál es la diferencia de que algo se transforme en novela o en obra de teatro? ¿Dónde se produce el click, en qué momento?
-No lo sé. Un click se produce, sí, pero yo creo que es algo más bien exterior a mí, que llega el reclamo “che, somos cinco, necesitamos armar algo, qué hacemos”…entonces uno va a la nube y encuentra todo aquello que necesita, me parece que es algo así…ojo, no se lo recomiendo a nadie, no es una metodología explicable en un curso de dramaturgia (se ríe), pero es un poco así.
-¿Hay crisis de dramaturgos en el país?
-No, para nada. En Buenos Aires hay alrededor de 300 funciones de teatro los fines de semana. El 80% de esas obras son de autores argentinos. Porque casi todos los que dirigen, escriben sus obras. Es lo mismo que pasa en esta ciudad, que vio crecer tanto a su teatro en los últimos veinte años. Antes se pensaba Mar del Plata en términos comerciales, pero hoy tiene un teatro propio y de calidad, con muy buena dramaturgia, con autores y directores como Marcelo Marán, que acaba de ganar el premio Argentores por su obra “Maldad”, y con tantos otros. Mar del Plata es un buen ejemplo de que no hay crisis de autores.